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“Patrocinio Ramos, una vida de servicio, dedicación y entrega”

Archidiócesis de Toledo

Hoy se cumple un mes del fallecimiento de Patrocinio Ramos, feligresa de la parroquia de Ntra. Sra. de la Asunción de Oropesa y madre de 4 sacerdotes diocesanos.

Con ocasión de su muerte, sus hijos sacerdotes, D. Pedro-Francisco, D. Pelayo, D. Jesús y D. Enrique han preparado una semblanza de su vida.

 

Patrocinio Ramos, junto a su esposo Pelayo y sus hijos sacerdotes, y acompañada por el cardenal don Marcelo, es recibida por Juan Pablo II

 

“Patrocinio Ramos, una vida de servicio, dedicación y entrega”

En la mañana de el pasado día 10 de mayo, fiesta de San Juan de Ávila, patrono del clero secular español, cerraba sus ojos a este mundo Patrocinio Ramos Alía. Una larga vida , casi 95 años , que supo vivir en plenitud , porque había hecho de Dios la razón fundamental de su existencia , sabiendo dar testimonio de esta convicción suya ,tanto a las personas con las que vivía como a aquellas con las que se relacionaba , ya que no hacía nada sin consultar al Corazón de Jesús , dicho por ella misma.

Su vida ha transcurrido en la sencillez de quien no buscó nada más que ser una mujer de fe coherente y, desde ahí, ser esposa fiel junto a Pelayo, con el que Dios le unió, hombre sencillo de profunda fe . Por eso formaron una familia cristiana, no solo porque estaban bendecidos por el sacramento del matrimonio, sino también por estar plenamente convencidos que, sin llevar una vida de fe en la coherencia, nada en su vida familiar se podía sostener, ni servir de provecho a sus hijos y a cuantos entraban en contacto con ellos.

No se puede entender la vida de nuestra madre sin la vida de nuestro padre. Ella nos amaba a través de nuestro padre y nuestra madre nos amaba amándole a él y desde el a nosotros.

En el recordatorio que hemos preparado para nuestra madre, por su muerte en el Señor, recogíamos tres aspectos que, como resplandores que brotan de ella, reflejan lo que ha sido su vida aquí en la tierra, y que, sin lugar a dudas, han preparado su morada junto al Señor en la Casa del Padre.

En primer lugar, ha resplandecido en ella una vida de entrega en la delicadeza. Entrega , que es propio de toda esposa y madre, pero no solo como quien se da al trabajo y las tareas domésticas, a las que no ahorro tiempo ni sacrificio, sino quien lo hace desde la delicadeza, poniéndose a servir y no a mandar. Pues a las personas se les ayuda no solo cuando se hace mucho por ellas , sino cuando ayudas y la persona no se siente humillada, sino enaltecida, por ver como la persona no te muestra su disgusto haciendo por ti todo, sino agraciada porque en ese servirte te hace feliz a ti.

Asumió, como vocación de manera gozosa, su puesto de estar en segundo lugar y nunca, ni de palabra ni de obra, pretendió estar en primer lugar. Por eso las palabras con las que definía a Santa Teresa de Calcuta “que hacía todo sencillamente sin darse importancia de nada”, también reflejan su propia vida.

En segundo lugar, siendo lo que da fuerza a todo, aparece su testimonio de fe coherente. Es verdad que nace en el seno de una familia que vive la fe; recibe formación en el colegio de las Carmelitas Misioneras de Oropesa, también en la Acción Católica, de la que forma parte y que la forjo en una vida de fe y le dio una sólida formación Cristiana. Por eso para formar una familia, desde el matrimonio cristiano, se une a Pelayo, a quien, entre otras cosas, le adorna una vida de fe comprometida. De ahí que inculcaran esa vida de fe en el seno familiar, en cada uno de sus seis hijos. Ellos nos educaron en la fe, sobre todo por lo que veíamos en ellos y no solo por lo que decían con sus palabras.

Y en tercer lugar, destaca su amor comprometido a la Iglesia. Ella, junto con nuestro padre, quiso plasmar en la iglesia doméstica, que era nuestro hogar, lo que ellos vivían desde la Iglesia Madre, encarnado en la vida de la parroquial, contando con la ayuda inestimable de quien fue durante tantísimos años párroco de Oropesa, D. Eduardo Martín Gallinar, y con quien ellos y luego toda la familia tuvo una cercanía muy grande, siendo un don de Dios para que ese amor comprometido con la Iglesia se fuera concretando en compromisos de servicio, dedicación y entrega. Una dedicación que era no solo a las tareas parroquiales, sino sobre todo a las personas que podían precisar de su ayuda, que aunque pudiera ser pequeña y humilde, era siempre generosa, sin ahorrar sacrificios.

Cuanto escribimos, es verdad que lo hacemos movidos por el amor de hijos, pero también con la gratitud al Señor, que en su bondad, nos ha dado a nuestra madre y a nuestro padre, para ser luz en nuestro camino y testigos de una fe que buscó ser coherente y que hicieron florecer en este hogar vocaciones al matrimonio, a la vida religiosa y a la vida sacerdotal.

Ellos, nuestros padres, han sido lo que fueron, gracias a tantas personas que Dios puso en su camino  y que ellos, sabiéndolo valorar y acoger como enviados del Señor, supieron aprovechar.

De nuestros padres, pese a sus debilidades como humanos, tenemos la seguridad que en sus vidas ha brillado la gloria de Dios  y esa es la estela que nos legan, dejándonos un encargo y compromiso para seguir sus huellas, primero como hijos suyos que somos, pero también por ser hijos de la Iglesia.

 

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