EPISCOPOLOGIO: Arzobispo don Vicente Enrique y Tarancón


Imagen de Arzobispo don Vicente Enrique y Tarancón

El cardenal y arzobispo de Toledo don Vicente Enrique y Tarancón nació en Burriana (Castellón), el 14 de mayo de 1907. Hijo de padres labradores, Manuel y Vicenta María, fue el segundo de los tres hijos del matrimonio. Realizó los primeros estudios en el Colegio de Religiosas de Nuestra Señora de la Consolación y en la escuela particular que el sacerdote Francisco Linares dirigía en Burriana. En 1917 ingresó en el Seminario Conciliar de Tortosa (Tarragona), donde permaneció hasta 1928, realizando los correspondientes estudios de Humanidades, Filosofía y Teología. Posteriormente, ampliando con estudios superiores, de 1928 a 1930, obtuvo la Licenciatura y el Doctorado en Teología en la entonces Universidad Pontificia de Valencia.

El 1 de noviembre de 1929 recibió la Ordenación sacerdotal de manos del obispo de Tortosa, Mons. Félix Bilbao Ugarriza. Recién ordenado sacerdote fue nombrado coadjutor y organista de la parroquia de Vinaroz (de 1930 hasta 1933). Desde el principio centró su trabajo pastoral especialmente en la juventud, colaboró asiduamente en un semanario parroquial de gran difusión, y promovió el canto gregoriano y la participación del pueblo en la liturgia. En 1933 se integró en la Casa del Consiliario de Madrid, institución ideada por el futuro cardenal Ángel Herrera Oria para la formación de sacerdotes dedicados a la promoción de la Acción Católica. Con este motivo, realizó viajes a Francia, Bélgica e Italia para conocer el funcionamiento de la Acción Católica en esos países y al regresar a España prolongó su formación hasta 1938, dirigiendo semanas, cursillos, conferencias y actos de propaganda en la zona nacional durante los años de la Guerra Civil. En 1938 y hasta 1943 fue nombrado párroco y arcipreste de Vinaroz, realizando una intensa labor pastoral en la parroquia y el arciprestazgo. En 1943 fue nombrado párroco-arcipreste de Villarreal de los Infantes, donde prosiguió su ministerio con mucho entusiasmo. También fue, simultáneamente, consiliario diocesano de las Jóvenes de Acción Católica y consiguió formar una Escuela de Propagandistas de la que brotaron vocaciones religiosas contemplativas.

El 25 de noviembre de 1945 fue nombrado obispo de Solsona (Lerida) por el papa Pío XII, permaneciendo en esta su primera diócesis dieciocho años. Según afirmó él mismo en alguna ocasión, la causa de tan prolongada permanencia fue su carta pastoral, titulada El pan nuestro de cada día, que disgustó a algunos políticos. Recibió la Ordenación Episcopal el 24 de marzo de 1946 y tomó posesión de la diócesis el 15 de abril. En estos años desarrolló una intensa actividad: organizó semanas y convivencias trimestrales para el clero, culminó un Sínodo Diocesano (1949), construyó el Seminario Mayor y hubo años que llegó a dirigir hasta treinta tandas de Ejercicios Espirituales para hombres. Cultivó igualmente el apostolado de la pluma a través de cartas pastorales. Además, su dinamismo y capacidad de organización quedaron patentes en el Congreso Nacional de Espiritualidad y en la Comisión Nacional de Liturgia, que presidió, así como en su actividad como Secretario de la Junta de Metropolitanos, tarea que desempeñó como un preludio de lo que había de ser su labor años más tarde en la Conferencia Episcopal de España, y como vice-consiliario nacional de la Acción Católica.

Con ocasión del anuncio y de la preparación del Concilio Vaticano II escribió una nota pastoral a sus diocesanos en la que insistía en la importancia de la oración para que todos nos encontremos en Cristo. Durante la celebración de las sesiones conciliares fue miembro de la Comisión para la disciplina del clero y pueblo cristiano; sus intervenciones fueron notables en los debates conciliares.

El 12 de abril de 1964 el papa Beato Pablo VI lo nombra arzobispo de Oviedo, tomando posesión de la archidiócesis el 10 de mayo del mismo año, fiesta de San Juan de Ávila. En este año la Iglesia estaba celebrando el Concilio Vaticano II y el nuevo arzobispo fue incansable pregonero de los nuevos aires conciliares, que exigían un nuevo talante eclesial y un profundo cambio de la pastoral diocesana. Recorrió la diócesis dando conferencias sobre los decretos conciliares, reorganizó la curia diocesana dándole un sesgo netamente pastoral, dividió la diócesis en zonas pastorales, revisó los arciprestazgos y constituyó el primer Consejo del Presbiterio, según las disposiciones conciliares. El sistema de gobierno pastoral que estableció en Oviedo se caracterizó por un marcado tono participativo o de gobierno en equipo, primero con los vicarios y provicarios y, después, con los vicarios generales y episcopales, con los que mantenía una reunión de consulta todas las semanas. En 1966 puso en marcha el Consejo Presbiteral y, a través de su Comisión Permanente recibía ayuda para realizar los nombramientos para los diversos cargos pastorales. Realizó igualmente un ensayo de Pastoral Obrera con sacerdotes obreros diocesanos y religiosos en la zona minera de Langreo. Su figura comenzó a despuntar en la Conferencia Episcopal como miembro de la Comisión Permanente. Ocupó la presidencia de la Comisión Episcopal de Liturgia (1964-1971) coincidiendo con el tiempo de la renovación litúrgica del Concilio Vaticano II.

El 30 de enero de 1969, el papa Beato Pablo VI lo nombró arzobispo de Toledo y Primado de España, tomando posesión de la Sede Primada el 7 de marzo y, dos meses más tarde, el 28 de marzo de 1969, Pablo VI lo designó cardenal de la Iglesia Católica con el título presbiteral de San Juan Crisóstomo in Montesacro. Recién llegado a Toledo envió a todos los sacerdotes un documento titulado: Sugerencias para un programa pastoral, para que fuese estudiado de forma individual y en grupo. En él se analizaban los cambios sociales y la necesidad de renovación eclesial dentro de una cierta continuidad. Aludía a los instrumentos pastorales, inspirados en el Concilio y ya iniciados por su predecesor el cardenal Enrique Plá y Deniel. Visitó personalmente todas las parroquias de la capital, realizando visitas similares a conventos, y tuvo encuentros con un gran número de los sacerdotes diocesanos. Afrontó los problemas económicos de la catedral, remodeló la curia diocesana, renovó la dirección del seminario diocesano, reestructuró los arciprestazgos y se dio nueva concepción a las figuras de los vicarios y arciprestes.

A la muerte del arzobispo de Madrid-Alcalá, Mons. Casimiro Morcillo González, ocurrida el 30 de mayo de 1971, que era también presidente de la Conferencia Episcopal Española, la Santa Sede le confió provisionalmente la diócesis de Madrid-Alcalá como Administrador Apostólico. Durante seis meses, dividió su tiempo entre Toledo y Madrid hasta que el 4 de diciembre de 1971 se hizo pública la noticia de su traslado definitivo a la sede arzobispal de Madrid. Según confesiones personales, ésta fue una decisión personal de Pablo VI con la que le manifestaba que, en un momento muy difícil para la Iglesia española, la Sede Apostólica necesitaba en Madrid, en la capital de España, y en la presidencia de la Conferencia Episcopal Española una persona de confianza. Pablo VI lo nombró miembro del Consilium para la aplicación de la Constitución Conciliar Sacrosanctum Concilium y consultor de la Comisión para la revisión del Código de Derecho Canónico. Fue miembro de la Congregación para los Obispos y participó en el Sínodo de los Obispos de 1980 sobre La misión de la familia cristiana en el mundo contemporáneo.

El 10 de enero de 1972, hizo su entraba oficial en la archidiócesis madrileña, en la capital de España, donde continuó imprimiendo un sello de diálogo y de confianza en sus colaboradores. Dos meses más tarde fue elegido presidente de la Conferencia Episcopal Española, de la que ya era vicepresidente desde febrero de 1969 y en la que, de hecho, ya ejercía como presidente en funciones desde la muerte de Mons. Casimiro Morcillo González.

Como presidente en funciones, presidió la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes, celebrada en el año1971. Su celebración fue oración de enfrentamiento eclesial y doctrinal entre sus impulsores y detractores.
Por su parte, la Secretaría de Estado en Roma declaró que las consideraciones y las conclusiones del Documento final de la Asamblea Conjunta no tenían carácter normativo ni habían recibido la aprobación del Papa, “a quien por lo demás no habían sido sometidas”.

Don Vicente Enrique y Tarancón fue, sin duda, el representante del sector más abierto a la renovación eclesial de la Conferencia Episcopal Española. Tras haber desempeñado la presidencia interina, fue presidente de la Conferencia Episcopal desde 1972 hasta 1981, pues fue reelegido como presidente en dos ocasiones, el máximo que permiten los estatutos de la Conferencia Episcopal, a pesar de que en la tercera elección tuvo que superar los dos tercios de los votos que estatutariamente se requieren para un tercer mandato. Así pues, dirigió al episcopado español durante los últimos años del Régimen de Franco y los primeros de la Transición. Luchó por la independencia de la Iglesia del poder político, por la no identificación de la Iglesia con el Régimen y por la reconciliación de los españoles, intentando superar definitivamente las heridas de la Guerra Civil.

Defendió la renovación del Concordato de 1953; impulsó los acuerdos parciales del Estado español con la Santa Sede, firmados en 1979; se opuso a la creación de un partido político confesional y se esforzó por extender la renovación conciliar en la Iglesia española. La polémica fue unida a su figura porque su actuación suscitó no pocas contradicciones, debido a las peculiares circunstancias socio-políticas y eclesiales que enmarcaron su actividad y que le condujeron a situaciones conflictivas de difícil solución. Tras la muerte del Jefe del Estado, Francisco Franco, el cardenal Tarancón expresó públicamente sus ideas sobre España en la homilía pronunciada el 23 de noviembre de 1975, al presidir la celebración de la Misa del Espíritu Santo, tras la entronización del Rey de España, Juan Carlos I. En ella pidió al monarca que fuera el Rey de todos los españoles, como expresión abierta de una opción por el pluralismo político de los católicos.

Su acción tuvo una especial relevancia en la década de los setenta. La vida de la Iglesia durante estos diez años estuvo agitada por graves divisiones internas en la acción pastoral y en la misma doctrina de la fe, disminución de vocaciones y crisis de valores morales. Al mismo tiempo, la Iglesia española desarrolló una profunda y positiva renovación de la catequesis, de la pastoral litúrgica, de las estructuras pastorales, y de clarificación de la misión de la Iglesia ante la sociedad civil. La actuación del cardenal Tarancón en este período, al frente de la Conferencia Episcopal, fue de decisiva importancia para que la transición política se hiciera de forma pacífica. En este período las tensiones internas de la Iglesia tuvieron múltiples conexiones con las tensiones de la vida política. La acción de don Vicente se orientó a promover la concordia, el diálogo, la reconciliación, el respeto a los derechos humanos, la independencia y autenticidad de la misión de la Iglesia. Fue el fiel ejecutor de las orientaciones pastorales que el papa Pablo VI impartió para conseguir la evolución de la Iglesia en España a través de una renovación profunda de la mentalidad del episcopado, del clero y de los católicos hacia la aceptación de las nuevas realidades sociopolíticas de la nación.

El 14 de mayo de 1982, al cumplir la edad reglamentaria, el cardenal don Vicente Enrique y Tarancón presentó su dimisión al Papa como arzobispo de Madrid-Alcalá. Le fue aceptada el 12 de abril de 1983. Después vivió retirado en su ciudad natal, aunque se dedicó a la predicación sagrada y a dar conferencias sobre temas sociopolíticos y religiosos hasta pocos días antes de su muerte. Era un hombre sencillo, abierto, de temple renovador pero con gran sentido del equilibrio. Trabajador y escritor incansable. Poseía un gran sentido pastoral y una profunda inquietud eclesial. Le tocó vivir un momento histórico trascendental para España: la transición de la Dictadura a la Monarquía parlamentaria, que supo afrontar desde su talante de hombre de Dios y de diálogo. Fue también escritor fecundo y autor de muchas exhortaciones, alocuciones, homilías, circulares y cartas pastorales publicadas en los boletines eclesiásticos de las diócesis de Solsona (1945-1964), Oviedo (1964-1969), Toledo (1969-1971) y Madrid (1971-1983).

Falleció en Valencia, el 28 de noviembre de 1994, a causa de una bronquitis crónica.

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