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“Por un trabajo digno en tiempos de crisis”. Artículo de José Mínguez Baeza

Hoy, 7 de octubre, se celebra la Jornada Mundial por el Trabajo Decente. Desde la Delegación de Apostolado Seglar, en el contexto de la iniciativa de conmemorar determinados días internacionales directamente relacionados con la Doctrina Social De la Iglesia, se ofrece un artículo de opinión.

 

Artículo de José Mínguez Baeza
Licenciado en Ciencias Químicas
Responsable de grupo producción en laboratorio farmacéutico

POR UN TRABAJO DIGNO EN TIEMPOS DE CRISIS

El 7 de octubre se celebra la Jornada Mundial por el trabajo decente. En este día nuestra Delegación Episcopal de Apostolado Seglar se une a otras instituciones eclesiales para reflexionar y, al mismo tiempo, sensibilizar a nuestra sociedad y a nuestras comunidades eclesiales diocesanas sobre la importancia social, política y económica de la defensa del trabajo decente.

No es fácil hablar de la dignidad del trabajo en los tiempos actuales; leí hace poco que el virus de esta pandemia nos hace iguales, enferman los ricos y los pobres, independientemente de su lugar de nacimiento, cuenta corriente, etc. Pero además del daño biológico ocasionado, este virus también está provocando un daño brutal derivado del distanciamiento exponencial en desigualdad y pobreza. Y es que, metafóricamente hablando, el virus sí entiende de razas, clases sociales y continentes. Ya llevamos tiempo asistiendo a un nuevo orden social donde los ricos son cada vez más ricos y los pobres son cada vez más pobres. Ante esta realidad, el mundo del trabajo se enfrenta a un nuevo reto de dimensiones vertiginosas. Ahora más que nunca es necesario que levanten la cabeza y den un paso al frente los agentes laborales (empresarios y obreros) que fundamentan su actividad laboral en principios y valores sostenidos por una profunda espiritualidad en lo humano. Se necesitan trabajadores virtuosos con una sensibilidad especial que hagan de los valores humanos una constante en su día a día.

En la actualidad la precariedad laboral, el desempleo y los salarios extremadamente bajos provocan que un importante número de personas y familias sufran dificultades para hacer frente a sus necesidades más básicas.
El sistema fiscal débil y regresivo protege a las grandes fortunas y apoya los intereses del capitalismo financiero frente a una economía radicalmente centrada en la productividad; estamos subordinados a una deuda pública que condiciona nuestros criterios de autodeterminación económica ahogando cualquier medida social de protección. Percibimos que los niveles de pobreza y los riesgos de exclusión social se están agravando y enquistando.

Se puede decir que la mitad de la población vive en condiciones precarias, la desigualdad crece y crece ante una falta de movilidad social critica. La desprotección del más débil (no nacido, joven o anciano) marca el termómetro con el que se mide el valor moral de la sociedad.

Paradójicamente en esta sociedad, desquebrajada y herida, donde los valores brillan por su ausencia, observamos cómo determinadas grandes empresas insisten en formar a sus trabajadores con determinados criterios: una cuenta o balance de resultados, una responsabilidad social corporativa puesta de moda, aumento de productividad, rendimiento, indicadores, etc. Principios loables –o no–, pero lo cierto es que cada vez se requieren más conocimientos técnicos y una elevada cualificación profesional para acceder al mercado laboral, pero no una cualificación moral, que tampoco es realmente cubierta por los planes de formación en valores dentro de la empresa.

Los principios de justicia, honor, responsabilidad, obediencia, respeto, entrega, sacrificio……, no pueden plasmarse en un procedimiento o manual de turno guardado en la carpeta de un sistema. Estos principios deben estar en el origen; se ha de partir de una espiritualidad profunda creada con cimientos sólidos. Mientras que no hagamos una labor de reflexión y no miremos a nuestro interior buscando nuestros orígenes y las bases fundacionales de la sociedad de la que procedemos nunca podremos mostrar al mundo lo importante que es el “bien común” y la dignidad en el trabajo.

Ante una sociedad del descarte y la indiferencia debemos recuperar la idea de que el trabajo es un bien para la vida, no un bien para la producción y, por qué no decirlo, que a través del trabajo somos participes de algo mucho más grande cuando verdaderamente es CREADOR. Mostremos que los valores que surgen de una profunda espiritualidad deben ser la base de una forma nueva de relación laboral. Colaboremos para provocar un nuevo cambio de mentalidad que nos permita ponernos al servicio de las necesidades de las personas. Aprendamos a repartir las ganancias equitativamente. Luchemos por un trabajo digno para una sociedad decente y revistámonos de una nueva humanidad. Motivemos un nuevo ser persona y una nueva forma de hacer trabajo, siempre desde la dignidad del ser humano. Humanizando nos humanizamos.

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