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Foto: Twitter de Mons. Francisco Cerro

Tres nuevas vírgenes consagradas en la Archidiócesis “que eligen lo absoluto de Dios”

JuanF Pacheco

La Catedral Primada acogía el pasado domingo, 16 de abril, la solemne consagración de tres jóvenes en el orden de las vírgenes consagradas, que se desarrollaba en el transcurso de la Eucaristía presidida por el arzobispo de Toledo, Mons. Francisco Cerro Chaves. Igualmente, participaban el arzobispo emérito, Mons. Braulio Rodríguez Plaza y el vicario episcopal para la vida consagrada, D. Raúl Muelas. Junto a ellos, un buen número de sacerdotes y de vírgenes consagradas, llegadas desde diferentes lugares de España, quisieron acompañar a las tres jóvenes de la archidiócesis que daban el paso en la consagración dentro del orden de las vírgenes consagradas.

Se trata de Cristina Díaz-Rincón Muelas, de la parroquia de san Juan de la Cruz de Toledo; Ángela Cerrato Raso, de la parroquia san Pedro Advíncula de Ventas de Retamosa; y María Luz Martín Gil, de la parroquia de san Juan, evangelista, de Sonseca.

Las tres mujeres, con sus lámparas encendidas, se acercaban ante el prelado para llevar a cabo su pertenencia plena en el orden de las vírgenes consagradas.

 

Entregar a Dios lo absoluto

Mons. Francisco Cerro comenzaba su homilía dando las gracias al anterior arzobispo de Toledo, don Braulio Rodríguez Plaza, por “ser el gran impulsor de la institución del orden de las vírgenes consagradas en la archidiócesis”.

Refiriéndose a las nuevas vírgenes consagradas afirmaba que se trata de “unas mujeres que eligen lo absoluto de Dios porque saben que Dios llena plenamente el corazón humano“.

La ceremonia tenía lugar en la fiesta de la Divina Misericordia, II domingo de Pascua. En este sentido, don Francisco indicaba que la misericordia del Señor es “el bálsamo que Dios tiene con nuestro mundo”, subrayando que la “virginidad consagrada es entregarle a Dios lo absoluto, el corazón, lo que no daríamos a nadie”.

Dirigiéndose a las nuevas vírgenes consagradas, Mons. Cerro les exhortaba: “Deberéis ser el toque de la ternura del Señor ante un mundo herido (…) Por ello, viviréis la ternura esponsal con Dios. Debéis haceros pequeñas, con un corazón que pertenece totalmente al Señor”.

Por último, les alentó a vivir la comunión plena con la Iglesia, puesto que “la virginidad consagrada se hace en el corazón de la Iglesia diocesana, ante la cátedra del obispo”.

 

Una de las primeras formas de vida consagrada en la Iglesia

El “Ordo Virginum”, el Orden de las Vírgenes Consagradas, es una de las primeras formas de vida consagrada femenina en la Iglesia, cuyo origen se remonta a los inicios del cristianismo, y por el que las mujeres, sin abandonar sus hogares, se entregaban a Jesucristo.

Después del Concilio Vaticano II, en 1970, se revitalizó con el apoyo del papa san Pablo VI; cuando se promulgó el renovado rito de las vírgenes consagradas, retomando una de las vocaciones más antiguas, en la historia de la Iglesia.

Las vírgenes consagradas se ponen al servicio de la archidiócesis, al servicio del obispo, para trabajar apostólicamente en el servicio pastoral, realizado en los diversos ámbitos de la Iglesia local.

 

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