D. Álvaro García Paniagua, rector el Seminario Mayor “San Ildefonso”, recoge su experiencia tras el encuentro mantenido con el papa Francisco, el pasado 7 de noviembre.
Todos los acontecimientos eclesiales se viven con mucha intensidad en nuestro seminario, tanto los relacionados con la Iglesia universal como los relacionados con nuestra Iglesia particular. Se viven desde el gozo o desde el dolor según sea el evento que ha ocurrido o ambas cosas a la vez. Pero siempre procuramos vivirlos desde la oración, con el Señor y bajo la mirada de la Inmaculada.
Como no podía ser de otra manera, así hemos vivido el fallecimiento del Papa Francisco el pasado 21 de abril. Si bien es cierto que los seminaristas estaban pasando unos días con sus familias después de la Semana Santa, no es menos cierto que todos nos pusimos en oración por su eterno descanso y, una vez en el seminario, seguimos orando y ofreciendo misas para que el Señor lo tenga gozando de su presencia después de tantos años de servicio amoroso al Señor y a su Iglesia.
En este momento, me gustaría recordar un acontecimiento que nuestro seminario ha vivido durante el presente curso y que nos ha ayudado enormemente. Me refiero al encuentro que tuvimos con el santo Padre, el Papa Francisco, el pasado 7 de noviembre. Tanto los obispos, como los formadores y seminaristas de la cinco diócesis que conforman la provincia eclesiástica de Toledo, tuvimos la dicha de tener una audiencia privada con el Papa durante una hora. Me gustaría destacar algunas de las ideas y vivencias que tuvimos durante ese periodo de tiempo.
En primer lugar, me gustaría señalar que el Papa estuvo muy cercano con nosotros, se le veía contento y que disfrutaba con nuestra presencia. Estaba feliz por estar delante de 130 seminaristas deseosos de ser sacerdotes de Jesucristo.
En segundo lugar, nos dirigió un discurso oficial en el que nos recordaba las cuatro cercanías que debe de tener todo sacerdote: con Dios, con los obispos, con los demás sacerdotes y con el pueblo fiel. Y nos invitaba a que toda nuestra vida sacerdotal estuviese impregnada por la eucaristía: la santa misa debe ser el centro de toda nuestra vida; en la exposición del Santísimo escuchamos la Palabra y crecemos en amor estando Corazón con corazón con el Amado. Desde la eucaristía se ve iluminada, sustentada y sostenida toda la vida sacerdotal.
En tercer lugar, nos invitó a preguntarle sobre las cuestiones que nos preocupaban. En las respuestas nos habló sobre cómo vivir la pobreza en un mundo tan materialista; nos alertó sobre el peligro del activismo del sacerdote en una sociedad tan acelerada; nos invitó a saber dar testimonio en este mundo, a no tener miedo y a ponernos bajo la protección de María: “La Iglesia es concreta porque tiene Madre y porque tiene eucaristía. Una Iglesia sin Madre es una Iglesia fría”. Con todos estos elementos la alegría y la paz interior están garantizadas en la vida sacerdotal.
Un momento muy significativo fue el diálogo que mantuvo con un seminarista que no pudo asistir al encuentro por encontrarse en el hospital. El señor arzobispo se lo hizo saber al Papa y él encantado permitió tener una video conferencia con el seminarista. Fue un momento precioso e inolvidable para todos. ¡Con qué cariño y alegría animó al seminarista enfermo! Fue un aliento para todos.
Gracias al Papa Francisco por recibirnos en audiencia ese día, por ayudarnos a amar más a Jesucristo, a nuestra Madre la Virgen Santísima y a la Iglesia. El Padre le acoja en su seno.
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