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Cristóbal Bargueño. “Recuerdo agradecido por Francisco desde el ministerio diaconal”

Archidiócesis de Toledo / Cristóbal Bargueño

Cristóbal Bargueño es el primer diácono permanente de la Archidiócesis de Toledo. Fue en junio de 2022, cuando este esquiviano recibía la ordenación en la Catedral Primada. Desde su experiencia pastoral como ministro de la Palabra y del Altar, comparte su reflexión sobre el ministerio diaconal del papa Francisco.

RECUERDO AGRADECIDO A DIOS POR LA VIDA Y EL MINISTERIO DEL PAPA FRANCISCO, DESDE EL MINISTERIO DIACONAL

En una audiencia con la curia romana en 2021, el Papa Francisco definía lo que para él significaba la palabra recordar en el caminar cristiano; “recordar no es repetir, sino atesorar, reavivar y, con gratitud, dejar que la fuerza del Espíritu Santo haga arder nuestro corazón, como a los primeros discípulos (Lc 24,32)”.
Desde esta perspectiva deseo recordar de forma agradecida la vida y ministerio del Papa Francisco; un verdadero regalo de Dios para la Iglesia y para el ministerio diaconal.

Recuerdo el año 2014, cuando ante una grave enfermedad de mi esposa, pasé muchos días en el hospital. Allí puede tocar y palpar el sufrimiento, la soledad, la fragilidad…de tantas y tantas personas. En esas circunstancias la oración fue mi apoyo fundamental y en un momento de plegaria llegó a mis manos un texto del Papa Francisco: “Los pobres y los abandonados, los enfermos, los marginados, son la carne de Cristo. Esto conlleva a no encerrarse en uno mismo, en los propios problemas, en las propias ideas, en los propios intereses, en ese pequeño mundito que nos hace tanto mal. Sino salir e ir al encuentro de quien tiene necesidad de atención, comprensión y ayuda, para llevarle la cálida cercanía del amor de Dios, a través de gestos concretos de delicadeza y de afecto sincero y de amor”. Estas palabras, junto a la realidad que estaba viviendo supusieron en mí la segunda llamada que me hacía el Señor al diaconado permanente, pues a través de ellas descubrí que el ministerio diaconal era tocar la carne de Cristo en los demás desde el servicio sobre todo a los pobres y los más necesitados.

Recuerdo también cómo cada Jueves Santo el Papa Francisco como diácono, con la estola cruzada a modo diaconal, lavaba los pies a personas en las cárceles (ya lo hacía siendo arzobispo de Buenos Aires en los barrios más pobres de dicha ciudad). El Papa Francisco nos transmitía con el gesto del lavatorio de pies, a imitación de Cristo, que se realiza en la Misa en la Cena del Señor del Jueves Santo, que Jesús, el Señor y el Diácono de todos, nos sirve desde el abajamiento, desde la humildad. Con este gesto “a modo diaconal” y todas las acciones de servicio que el Papa Francisco llevó a cabo en su vida; nos manifestaba que la auténtica “revolución cristiana” comienza en el Señor, con las armas de una toalla ceñida y un lebrillo para lavar los pies cansados y doloridos. No llega por el poder y la fuerza ni siquiera por la sabiduría y la riqueza, tampoco por el honor del mundo. Llega arrodillada, acariciando los pies heridos, lavando manchas del dolor y agotamiento y secando con la ternura de un amor sin límites. Esto lo hizo, desde el Señor, el Papa Francisco y nos sirve de ruta para el ministerio diaconal para todos los diáconos, porque como manifestaba también muchas veces el Papa Francisco: “El verdadero poder es el servicio”.

Recuerdo las audiencias que tenía el Papa Francisco con los diáconos de la diócesis de Roma en las que definía quiénes somos los diáconos permanentes, manifestando que los diáconos no somos ni “medio sacerdotes” ni “monaguillos de lujo”, sino “humildes”, “buenos esposos y buenos padres”, “centinelas capaces de avistar a los pobres y a los alejados: siendo custodios del servicio en la Iglesia.”

En dichas audiencias exponía que “el camino principal, con respecto al diaconado permanente, es el indicado por el Concilio Vaticano II, y en particular la Lumen Gentium, que dice que a los diáconos se les imponen las manos no para el sacerdocio sino para el servicio”. Una diferencia “no insignificante” porque el diaconado –antes reducido a un orden de paso hacia el sacerdocio- recupera su lugar y su especificidad. También se refería a que “Los diáconos, precisamente por estar dedicados al servicio del Pueblo de Dios, recuerdan que en el cuerpo eclesial nadie puede elevarse por encima de los demás”, y terminaba diciendo que: “ la necesidad de un diácono que se entrega sin buscar las primeras filas perfuma de Evangelio y relata la grandeza de la humildad de Dios que da el primer paso para ir al encuentro incluso de quienes le han dado la espalda.”; y nos daba una clave esencial a los diáconos: que deseaba que “fuéramos centinelas no sólo que sepamos avistar a los alejados y a los pobres; sino que ayudemos a la comunidad cristiana a descubrir a Jesús en los pobres y en los alejados, mientras llama a nuestras puertas a través de ellos.”

Que el recuerdo agradecido a Dios por el papa Francisco nos lleve a ver en él y en su legado la manifestación del poder del Evangelio que hace que la “cultura del encuentro” sea más fuerte que la “cultura del descarte”, que el poder nace de la convicción de que Jesús sirve y regala vida a quien se acerca a él desde sus necesidades más profundas. Que el poder de la misericordia de Dios es más fuerte que los miedos que nos atenazan. Que sigamos el camino del Papa Francisco que ha puesto “la alegría del Evangelio” en el centro de su predicación. El Papa que nos ha impulsado a renovar nuestro encuentro con Jesús para salir de nuestras seguridades y egoísmos y construir una Iglesia servidora; más fraterna, acogedora, auténtica y creíble donde caben todos, todos, todos…desde la esperanza que nos aportaba el Papa Francisco de la necesidad de Dios en este mundo junto al deseo de paz, de fraternidad, de sanación para las heridas del cuerpo, de la mente y del espíritu que asolan la humanidad. Que en esta Pascua como muchas veces exponía el Papa Francisco anunciemos que la Resurrección no es cosa del pasado y que el encuentro con Jesús, el Señor, puede llenar de alegría nuestras vidas haciéndonos pasar de la muerte a la vida, del descarte a la fraternidad, de la soledad a la comunidad.

Termino con las palabras que pronunció en la Misa Exequial del Papa Francisco el cardenal Giovanni Battista Re en su homilía: “El Papa Francisco solía concluir sus discursos y encuentros diciendo: “No se olviden de rezar por mi”. Querido Papa Francisco, ahora te pedimos a ti que reces por nosotros y que desde el cielo bendigas a la Iglesia, bendigas a Roma, bendigas al mundo entero… en un último abrazo con todo el Pueblo de Dios, pero idealmente también con la humanidad que busca la verdad con corazón sincero y mantiene en alto la antorcha de la esperanza”.

 

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